CANTABRIA: SANTANDER, UN LUGAR DONDE RELAJAR CUERPO Y MENTE

Se nos ponían por delante cuatro largos días gracias al puente de Mayo del que disponemos los madrileños en el que, a parte de celebrarse el día del trabajador (1 de Mayo), se conmemora el levantamiento del pueblo madrileño contra las fuerzas del ejército francés de Napoleón Bonaparte en 1808; por ello, el día 2 de Mayo celebramos el día de nuestra comunidad. Con este puente a la vista, forjamos un viaje a tierras totalmente desconocidas para nosotros aunque recomendadas por una persona de gran gusto, mi primo y amigo Raúl Delgado, integrante, por cierto, de uno de los grupos musicales que mejor música ha hecho en el panorama nacional en los últimos diez años, La Sonrisa de Julia. La cuestión es que algo debían tener las tierras cántabras para haberle hecho cambiar su querido Madrid por un pueblecito que después tuvimos la oportunidad de descubrir, llamado Somo. Aprovecho también para saludar e invitar al vocalista, guitarrista y compositor de la banda, Marcos Casal, a recomendar mediante nuestro blog lugares mágicos de aquella tierra, la suya, y animarle a proporcionar algo más de información adicional de zonas que, como a nosotros nos ocurrió en las playas de Langre, puedan causar un éxtasis sin igual al viajero que se apresure a visitar aquella zona. A ciencia cierta sé que nadie como él conoce rincones y escondites que no son turísticos pero sí capaces de transportar al viajero al mismísimo paraíso. Un paraíso, eso sí, totalmente diferente al descrito en otras entradas como las de Túnez. Y es que cada persona tiene una concepción del paraíso radicalmente distinta. Quizá las raíces de uno mismo tengan que ver en ello, ¿verdad, Marcos?

Poco más de cuatro horas nos bastaron para colocarnos en la capital cántabra, y es que muchos de los madrileños que buscamos playa a poca distancia tendemos a viajar hacia el este peninsular (Levante), cuando tenemos casi al mismo alcance la magnífica región sobre la que vamos a hablar. El tiempo, cierto es, no nos acompañó. No obstante, nos colocamos ante la impresionante Playa del Sardinero en casi un abrir y cerrar de ojos…

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Nuestro primer destino era la ciudad de Santander. Sinceramente tengo que reconocer que no reparamos mucho en gastos y escogimos un buen hotel. Un muy buen hotel, mejor dicho. El Hotel Chiqui, de cuatro estrellas y bien merecidas, hacía honor a su categoría dando la impresión de estar sobre el mismo Océano Atlántico. Más aún si tenéis la opción de solicitar una habitación con vistas al mar. Estaba en primera línea de la mítica Playa del Sardinero, que se enfrenta con valentía al salvaje Mar Cantábrico. Inmejorable la situación, impresionante el paisaje y maravillosa la infinita playa. Lo único que fallaba, reitero, era la meteorología. Y es que, a pesar de ser Mayo, nos encontramos algunas nieves en las cumbres de la imponente Cordillera Cantábrica, majestuosa y por la que tuvimos la oportunidad de adentrarnos para maravillarnos con un espectáculo natural como pocos he visto anteriormente. Posteriormente detallaremos.

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Como decía, llegamos a la impecable ciudad de Santander a mediodía. Tras dejar las maletas y entre una ligera e intermitente lluvia buscamos algún sitio para comer, y tras ello, nos dispusimos, sin más demora a conocer la ciudad.

No quisimos entretenernos comiendo, con lo cual, escogimos un restaurante que nos llamó la atención por su decoración, el Restaurante Sal y Pimienta. La comida, aunque sencilla, de buena calidad. Lo justo para llenarnos el depósito con la suficiente gasolina como para adentrarnos en lo más profundo de la ciudad.

El cielo era realmente gris y la lluvia no empapaba pero sí era algo molesta. Puede sonar desagradable, pero todo eso hacía que la visita fuese diferente. Ver el Cantábrico enfurecido es toda una atracción sobre todo desde algunos lugares que comentaré después. Lo primero que nos llamó la atención paseando por las calles de Santander fue el magnífico edificio de Correos. A pocos metros, uno aún más fascinante, el del Banco Santander.

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Es importante decir que el casco antiguo de la ciudad sufrió un tremendo incendio en 1941 que arrasó casi por completo toda construcción cercana al núcleo central. Todo Santander crece en torno a una calle, la arteria principal de la ciudad, paralela al paseo marítimo, la Calle Castelar que después se convierte en la Avenida de Reina Victoria. Podemos encontrar la Plaza de Pedro Velarde, más conocida como la Plaza Porticada por estar construida con puertas bajo los edificios que conforman en cuadrado de la plaza.

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Tras varias vueltas un tanto desorientados nos encontramos con el Mercado, mercado en el que había múltiples opciones de hostelería. Perfecto para la noche, dónde sí queríamos complicarnos o ser un poco más exquisitos a la hora de comer productos de la tierra. Tomamos nota para después, junto a un riquísimo café con leche que nos metió en el cuerpo el calor que nos faltaba para continuar con la visita a la preciosa ciudad.

Se respiraba una cierta quietud y tranquilidad, y es que me había informado de que Santander está entre las ciudades con menor índice de delincuencia de todo el país, es de las más seguras, dato que refleja cómo son los cántabros, quizá demasiado serios al principio pero afables, educados y muy nobles. También, pronto nos dimos cuenta que era una ciudad de nivel medio-alto respecto al nivel económico de la región. El comercio es su base principal, por supuesto el turismo ayuda de manera importante.

Cantabria (5)Como decía, dentro de la borrasca que parecía cernirse sobre nosotros apareció una de las joyas de la corona, la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Santander. Para mí, amante del arte gótico, era una maravilla contemplar la sencillez con la que arquitectos y constructores de la época intentaban acercar al ser humano a Dios. Los techos bajos, los arcos de media punta y las bóvedas de crucería tan bajas mostraban la solemnidad y seriedad con que los habitantes de aquella época evocaban con fervor al poder de una fuerza superior al propio ser humano.

Dentro de la Catedral se respiraba un ambiente completamente mágico. El pequeño claustro del edificio contiguo al portón principal de la catedral era maravilloso,  reverdecido por las continuas lluvias que comprobamos recibe el suelo santanderino y con una ornamentación sencilla y sin complicaciones, como denota el arte gótico.

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Y es que comprobé que Santander es de las pocas ciudades que puede presumir de no ver sus edificios afectados por la cultura árabe, que dominó la práctica totalidad del territorio peninsular, a excepción de algunos fuertes bastiones que no sucumbieron al ejército musulmán gracias a su tozudez, orgullo y fortaleza mental. Y es que allí, en aquellas tierras comenzó la reconquista hasta la final expulsión de los musulmanes ocho siglos después. Todo esto me transmitió la catedral, llena de historia por todos los muros y paredes que la conforman.

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Tras ello, nos dirigimos a uno de los emblemas de la capital cántabra. No hablo del estadio del Sardinero, que también merece mención, hablo de la Península de La Magdalena, que contiene a parte del grandioso Palacio con el mismo nombre, antaño residencia de verano de reyes y príncipes, y hoy residencia estudiantil, un impresionante paraje natural. El enclave es genial, subidas y bajadas componen una península subrayada de verde por la vegetación que persiste gracias a la humedad.

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Cantabria (18)El lugar cuenta con un espacio en el que se pueden ver focas en cautiverio. Pero de nuevo algo en concreto me volvió a entusiasmar. Las vistas que se ponían ante nosotros cuando mirábamos hacia el horizonte desde una de las puntas de la pequeña península eran sobrecogedoras. El Atlántico, se mostraba intimidante con su furia, acompañado de aliados como la lluvia, el viento y las nubes con ese color grisáceo que normalmente estropea un día,  pero que adornó aquel en concreto. Hoy todavía me emociono y siento nostalgia de aquel día en que Santander me atrapó.  Y de nuevo, aquello no había hecho más que comenzar.

Marchamos de nuevo a nuestra residencia por varios días, la magnífica Playa del Sardinero. Ni nos asearíamos, ni dormiríamos en la playa, sino sobre ella, en el Hotel Chiqui.

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Cantabria (74)Estábamos cansados pero teníamos la obligación moral de comprobar cómo era de noche la ciudad para disfrutar, entre otras cosas, de unos magníficos pinchos de solomillo de buey y una buena ración de patatas. Puedo decir que, tanto yo como «la persona que está a mi lado», salimos realmente satisfechos del sitio en el cual cenamos, tanto en calidad como en precio. Cenamos en el Mercado, dónde también tomamos un buen postre, ya que además de restaurantes había pastelerías. Cenamos en La Casa del Indiano.

Tras un pequeño paseo por el centro de la ciudad nos fuimos a descansar para el día venidero, que se mostraba trepidante.

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