CANTABRIA PARTE II: PEQUEÑOS RINCONES DE LIENCRES, COMILLAS, SAN VICENTE DE LA BARQUERA Y POTES


Me desperté pronto para mirar por la ventana con la esperanza de que los rayos de sol entraran por ella dando los buenos días a «la persona que está a mi lado», pero no fue así. Con una leve lluvia nos acostamos la noche anterior y con la misma nos levantamos. Cierto es que era una lluvia débil, intermitente, que aparecía y desaparecía, cuyas nubes dejaban por momentos ver unos rayos de sol que de vez en cuando salían pero sólo adornaban el tapiz unos minutos. El horizonte seguía siendo gris, y en ocasiones con tintes muy negros. No obstante nada cambió nuestra ruta. En primer lugar bajamos a desayunar unas buenas tostadas a pie de playa en un establecimiento que era tanto chiringuito de playa, como bar, como restaurante. Su nombre, El Parque. Nos trataron muy bien y por ello repetiríamos al día siguiente. La situación era maravillosa, la Playa del Sardinero parecía abrazarnos y atrás, el Estadio del Racing Club de Santander, El Sardinero, nos respaldaba.

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PRIMERA PARADA: LIENCRES

Tras el desayuno cogimos el coche. Nuestra primera parada serían las Dunas de Liencres, un espacio natural protegido en el que habitan centenares de aves y en el que el mar se adentra formando lagunas en las que éstas pescan y se alimentan. Fue una parada de poco más de media hora. Justo antes de esto tuvimos que parar en una de las grandes superficies de las afueras de Santander para comprar unas botas katiuskas debido al día que hacía. Gracias a ellas pude introducirme en las lagunas de Liencres cual niño salta en los charcos con sus botas nuevas.

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LOS TESOROS DE COMILLAS

Como decía, tras ello, marchamos de nuevo cogiendo el coche con destino Comillas, una de las localidades que mejor recuerdo me trae a la mente. Me impactó como la que más. No esperaba de Comillas todo lo que nos ofreció. Una localidad con ambiente pero sin agobios, un pueblo turístico pero sin masificar, y con una gente gentil y bonachona. Todo ello adornado con casas de piedra y de madera hermosas, empedradas callejuelas, magníficas plazoletas y bellas fuentes, eso sí, la lluvia seguía acompañándonos… y yo de paso tan contento amortizando mis botas. Es importante decir que la villa de Comillas es Conjunto Histórico Artístico desde 1985, año en el que yo nací, curiosamente.

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En el centro de la villa nos encontramos con preciosas casitas (casonas en cántabro), junto a la Iglesia Parroquial de San Cristóbal, del siglo XVII. Entre las diversas cosas que visitar en Comillas contaré las que nosotros pudimos contemplar. Si hubiésemos dispuesto de más tiempo nos habríamos adentrado más en el pueblo, pero teníamos que aprovechar al máximo las pocas horas que teníamos por delante pues los destinos que rondaban en nuestra cabeza eran varios.

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Por ello, nos dirigimos hacia, quizá el plato fuerte de la villa, el Capricho de Gaudí, una construcción del artista catalán que diseñó para un noble de la villa, concretamente uno de los familiares del Marqués de Comillas. Curiosamente dije antes que la influencia árabe no se nota en ninguna construcción cántabra y me equivoqué, pues ésta es la única, eso sí, no gracias a su estancia entre los siglos VIII y XV en la península, sino a los particularismos del diseñador y arquitecto catalán. Las reglas arquitectónicas parecen quebrarse por completo en el edificio, irregular, adaptándose a la pendiente del terreno y a los materiales con que está construid (hierro, cerámica, madera… Los colores parecen también no tener sintonía alguna. Personalmente, no digo que el catalán no tuviera talento, pero el que tenía no es especialmente de mi gusto. Todo lo relacionado a él me parece una absoluta excentricidad. Sin embargo sus obras llaman la atención como las que más, y eso es innegable. Mientras que «a la persona que está a mi lado» le impresionó gratamente el edificio del que hablo, a mí me dejó de piedra el que venía. Mi sorpresa fue gratísima.

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Comillas (3)Siguiendo la cuesta hacia arriba y dejando el Capricho de Gaudí a unos metros, llegamos al Palacio del Sobrellano, simplemente espectacular. Situado en la parte más alta de la villa, y con las mejores vistas se mire hacia donde se mire, preside esta construcción del siglo XIX. Pequeños trazos de ese gótico que tanto aprecio impulsaban cada una de las esquinas del palacio hacia mis retinas, y reitero, las vistas desde este punto desde el cual posteriormente fuimos descendiendo hasta el centro de la localidad son tremendas.

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Desde el Palacio al mercado, y del mercado al coche, el cual nos acercó a la playa de Comillas, con una belleza también engrandecida por la fuerza que daba el mar a la postal que se dibujaba ante nuestros ojos.

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SAN VICENTE DE LA BARQUERA, PARADA OBLIGATORIA

Finalizamos nuestra corta pero inolvidable visita a Comillas cogiendo el coche rumbo a San Vicente Barquera. Si soy sincero, San Vicente no me impactó tanto como Comillas, quizás porque las expectativas que habíamos creado después de la ciudad vecina, Comillas, fuesen demasiado altas, o quizás porque no es tan bella como había comentado alguna de las personas que nos habló de la localidad. Tiene su encanto pero no aproximable al que transpira Comillas. Destella atracción pero no la que su compañera. Según llegamos notamos que había demasiada gente, tuvimos ciertos problemillas para aparcar, la cosa no fue fácil, tras ello paseamos por el centro de la localidad confirmando que la ría por la que atravesamos anteriormente nuestro automóvil para entrar en la ciudad, estaba realmente seca. Agradecería que alguien me explicase por qué, pero tengo que decir que es algo que deja ciertamente desencantado al turista.

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Cantabria (66)Tras ese pequeño paseo nos dirigimos a uno de los diversos restaurantes que había en el centro, de estos no faltaban. Se notaba una localidad mucho más turística que la anterior. Una sabrosa tabla de quesos variados de la zona, unos mejillones frescos y unas navajas de buenísima calidad compusieron un potente menú que nos tuvo en pie hasta la merienda. Genial el queso ahumado cántabro, recomendable cien por cien.

Tras un paseo por el casco antiguo de San Vicente y por sus irregulares callejuelas empedradas decidimos volver al coche para trasladarnos al interior de la comunidad.

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UN SECRETO ENTRE LAS MONTAÑAS

Pusimos dirección a la maravillosa Cordillera Cantábrica, desde dónde se gestó una de las más importantes batallas que se recuerdan por parte de los cristianos frente a los musulmanes, por parte de los, entonces, godos encabezados por Don Pelayo. En el año 722 un pequeñísimo número de soldados astures masacraron a cientos de musulmanes, dando comienzo a lo que se llamó la Reconquista de la Península. Aquella fue la batalla de Covadonga, y no se dió en otro enclave que no fuese en lo más profundo de la Cordillera Cantábrica, punto dónde nos dirigíamos. Nosotros, sin embargo, nos adentraríamos por la parte más oriental de la cordillera, camino de la localidad de Potes.

Cantabria (70.0)El camino en coche, para mí, que era el copiloto, fue fascinante. La vegetación comenzó a brotar a ambos lados de la carretera, las paredes de piedra empezaron a levantarse de manera brutal, nos introdujimos en una maraña de montañas en cuyas cumbres se apreciaba nieve mientras el deshielo hacía que se crearan cascadas que caían sobre la carretera que atravesábamos e incluso empapaban nuestro automóvil por momentos. Más de media hora de pura naturaleza alrededor hasta llegar a un pueblecito tan bello como acogedor.

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Llegamos por fin a Potes, la capital de la comarca de Liébana, salvaje como pocas en la península. Curiosamente tuvimos que echarnos a un lado de la carretera nada más entrar en el municipio porque estaban de celebración los vecinos del pequeño pueblecito de menos de 1500 habitantes. La Virgen (la Santuca) paseaba por la calle principal de Potes en su recorrido entre Anienzo y Santo Toribio, haciendo detenerse, además del tráfico, el tiempo en aquel impresionante paraje moldeado por los majestuosos Picos de Europa. Estuvimos parados un buen rato. Después aparcamos y nos dedicamos simplemente a disfrutar del maravilloso paraje en el que se delimita la localidad, rodeada de montañas y prados que son, además de pintura para el cuadro que allí se dibuja, alimento para las muchas vacas que en aquellas impresionantes pendientes sobreviven. Respecto al pueblo, como decía, basta con dejar la mente en blanco y disfrutar de la paz y el cobijo que ofrecen sus rústicas casitas de piedra y pizarra, y sus callecitas, sus puentes de estilo románico y como no, el río que atraviesa la pequeña gran villa, el río Deva, que por las fechas en las que viajamos, bajaba desde las más altas puntas de la Cordillera Cantábrica llenito de agua hasta arriba, gracias al deshielo.

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Grandiosa fue la tarde, precioso el día en aquella tierra que no hacía más que atraparnos como lo haría la noche, poco después, cogiéndonos en carretera dentro de un trayecto que nos devolvería a la capital cántabra, dentro de un viaje en el que me volví un auténtico sonámbulo, atravesando miles de universos, contemplando las estrellas, dentro del bosque laberíntico… Ayudaba en demasía la banda sonora que acompañaba nuestro trayecto.

Nuestro tiempo allí se acababa, pero, nos quedaría todavía un día. Un día que, a pesar de la alta nota que ponía a lo que hasta aquel momento habíamos contemplado en Cantabria, me haría por momentos alcanzar un conjunto de sensaciones tan exclusivas e irrepetibles como las que se producen cuando uno escucha la canción que escucharíamos antes de sacar nuestra mente de aquel sueño en el que estábamos inmersos mientras salíamos de la maravillosa cordillera. Y es que, a pesar de ser aquella  nuestra última noche en tierras cántabras, quedan tantos viajes, tanto por recorrer soñando, quedan tantas noches, tanto por resolver esperando, quedan tantos viajes junto a vuestras melodías…